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A la deriva

Ceci Mulas


olas-de-mar-intensas

Siempre me preguntan:


-"¿Cuánto más falta?, ¿cuánto más?, dime, ¿cuánto más? Que ya no aguantamos este calor sofocante, que nuestros músculos forman parte de nuestros huesos. ¿Cuánto más? Que ya no aguantamos el olor putrefacto de los que antes eran nuestros amigos. Dinos, por favor, ¿cuánto más?"-

Si tan sólo supiera la respuesta, pero los días pasan y la esperanza de ver tierra se aleja. Tenemos suerte, porque llueve y no nos deshidratamos. Sin embargo, ya no hay comida y lo poco que sacamos pescando no es suficiente. Parte de mí se alegra de que hayan muerto más de la mitad de la tripulación; al mismo tiempo, me avergüenza que esos pensamientos lleguen a mi mente.

Ayer murió ese niño tan alegre, ese niño que nos hacía reír a todos con sus travesuras. Era mi responsabilidad llevarlo al otro lado, por eso se formó esta tripulación. He fracasado, una tarea simple que he realizado cientos de veces. Fue mi error, lo sé. Debí darme la vuelta al empezar la tormenta, pero mi orgullo fue más grande que mi sensatez.

49 días se suponía que duraría este viaje… ya llevamos 71.

Me sorprende la resistencia de algunos marineros para no morir. La mayoría ha muerto, solo quedamos 5 y hemos lanzado al mar a los demás hombres. De los que quedamos, no todos somos gente honrada, pero sí que somos tercos.

El canibalismo está empezando a llegar. Por eso decidí tirarlos por la borda, para que sus cuerpos descansaran en paz. No soy cristiano ni creo en un dios, pero en estos momentos me siento más cercano a mi lado espiritual que ninguna otra vez en mi vida.

Hoy se me acabaron las latas de comida que guardaba en mi camarote privado. ¿Me siento mal por no compartirlas? ¿Por ver a todos esos hombres morir de hambre mientras yo tenía mi reserva escondida? No les hubiera servido de nada, se hubiera acabado en un día si la compartía.

No entiendo, no entiendo nada. ¿Cómo es que el mar es tan grande y nosotros tan diminutos? Trato de seguir las estrellas como me enseñaron a hacer desde pequeño, pero las nubes las esconden. Incluso si el cielo se despejara mi mente divagaría, rota por el hambre y la desesperanza.

Es de noche y dos hombres se han peleado, ya hasta recordar su nombre me cuesta trabajo. Uno mató al otro. No lo pude evitar, tenía mucha hambre. Mientras cometíamos un crimen imperdonable, las estrellas eran las únicas testigos de nuestros actos. Pregúntenle a ellas, pregúntales por qué lo hicimos.

Cuatro hombres.

Tres hombres.

¿Me quedaré yo solo?

Ya no duermo y mi vida ya no me pertenece, le pertenece a este mar que es traicionero… estoy en sus manos.


He llegado a una decisión: me dispararé con la pistola que guardo en mi cajón de protección. Si algún día los dos hombres que quedan llegan a tierra, estarán malditos de por vida, marcados por algo que no podrán cambiar. Lo tratarán de esconder con alcohol o mujeres. Yo no quiero esa vida. Mi vida era feliz y me la han arrebatado las olas extrañamente silenciosas de este desierto. Lo haré en la popa del barco para que mi cuerpo caiga al mar, no dejaré que me hagan lo mismo que le hicimos a ese marinero. Ya sé, es egoísta de mi parte, pero he olvidado cómo se siente no serlo, o tal vez nunca lo fui, ya no lo recuerdo. No recuerdo muchas cosas ya y pronto lo olvidaré todo.



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