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El monstruo debajo de la protesta

Diego Calderón y Simha Harari

El monstruo debajo de la propuesta
Imágenes por Fernanda Muraira

En los individuos, la locura es rara; pero en

grupos, partidos, naciones y épocas, es la regla

––Nietzsche


El júbilo con el que se pretendía abordar el nuevo milenio paulatinamente se convirtió en incertidumbre y desilusión, a causa de un gran número de conflictos que nos generan angustia: somos  testigos de una tensión política que no se veía en occidente desde hace décadas; dos nuevas guerras han asaltado al mundo generando una incertidumbre cada vez mayor¹. Por otro lado, el cambio climático se hace cada vez más evidente con sequías, incendios y desastres que arrasan con nuestra civilización. Asimismo, nos encontramos en tiempos electorales tanto en México como en Estados Unidos, lo cual incrementa la fricción y genera una atmósfera política vulnerable que, combinada con todo lo anterior, saca a relucir los miedos que están vivos en nuestras culturas. 


 

¹ Es importante recalcar que la guerra ha proliferado desde tiempos anteriores: los conflictos en Yemen, Siria y la Primavera árabe ––por citar algunos–– son muestra que la paz jamás ha sido una realidad en nuestros tiempos; sin embargo, es cierto igualmente que la guerra en Ucrania y el conflicto Israel-Palestina, por cuestiones geográficas y culturales, ha tenido mayor relevancia en las discusiones políticas de las sociedades occidentales.


En este contexto, las protestas como estrategia de disidencia adquirieron una relevancia significativa. Frente a la estructura política actual, las congregaciones masivas de cuerpos se vuelven una forma de tomar la palabra al tomar el espacio; por ello, resultan un medio para mostrar presencia y ostentar algún modo de reconfiguración del entorno material. Poner el cuerpo es, al menos, una herramienta para gestionar alianzas: en las protestas, lo primero que surge es un “nosotros” unido detrás de la exigencia de algo


Sin embargo, necesitamos claves de análisis que permitan una lectura compleja de las protestas, no solo a partir de su supuesta “efectividad”, sino a partir de las lógicas que las sustentan. En lugar de romantizarlas, debemos entenderlas a través del contexto que las engendra y las coloca como medio disponible de resistencia. ¿De qué manera las protestas comunican cosas? Si son una forma de comunicación, ¿de qué tipos de lenguaje participan? Y, en ese sentido, ¿qué infortunios (o incluso monstruos) podrían generarse en su interior?


Las protestas 

Occidente se enorgullece profundamente de su identidad  democrática, esto es, que le confieren poder al pueblo. Así, se entiende que cada uno de los ciudadanos que conforman a estas sociedades cuentan con una voz válida para poder ser parte de la toma de decisiones. No obstante, la manera en la que se dan las democracias de Occidente no responde a una igualdad en las voces, sino que mantienen una jerarquía: hay voces que mandan y hay voces que obedecen. 


Evidentemente, las personas que poseen la razón que da órdenes son aquellas pertenecientes a la clase política: diputados, senadores, gobernadores, ministros, presidentes, etc. Mientras tanto, el resto de la población únicamente parece poder decidir en tiempos electorales; el resto de sus vidas están sujetos a obedecer la razón de aquellos que están en poder. 


Esta disparidad en las razones no es propia de las sociedades contemporáneas, sino que podemos rastrearla incluso en la antigua Grecia. Tan incrustada está tal estructura en nuestras sociedades que incluso Rancière ha llegado a postular que es precisamente por esta disparidad que se da el fenómeno de lo político: 

Hay política porque -cuando- el orden natural de los reyes pastores, de los señores de la guerra o de los poseedores es interrumpido por una libertad que viene a actualizar la igualdad última sobre la que descansa todo orden social. Antes que el logos² que discute sobre lo útil y lo nocivo, está el logos que ordena y que da derecho a ordenar. Pero este logos primordial está corroído por una contradicción primordial. Hay orden en la sociedad porque unos mandan y otros obedecen. Pero para obedecer una orden se requieren al menos dos cosas: hay que comprenderla y hay que comprender que hay que obedecerla. Y para hacer eso, ya es preciso ser igual a quien nos manda. Es esta igualdad la que carcome todo orden natural. (Rancière, 1996, p.31)

 

² Entendemos el término logos simplemente como «razón».


Nuestras sociedades descansan en una paradoja: todos los que conformamos el tejido social participamos y hacemos uso de la razón; sin embargo, a pesar de ello se instaura una jerarquía en donde hay quienes meramente la entienden y la siguen, y hay quienes la dominan plenamente. Aquellos que poseen la razón se dice que tienen hexis; aquellos que solamente la captan se dice que tienen esthesis. 


Las protestas, por lo tanto, son un intento de aquellos que tienen esthesis de hacer que su razón pueda dar comandos, esto es, que pueda decidir acerca del ordenamiento de la sociedad. En cada protesta está latente este deseo de obtener hexis, de colocarse en la posición gobernante. Sin embargo, existe una peculiaridad en esta dinámica: aquellos que ya poseen hexis solo pueden registrar las demandas de los protestantes como ruido. 


En efecto, en tanto que no admiten que los protestantes son iguales a ellos en términos de posesión de razón, no conciben que sus demandas tengan siquiera contenido argumentativo. Las manifestaciones y todo lo que conllevan son depuradas de toda refinación conceptual para terminar siendo una amalgama de sonidos. De ahí que a las protestas se les conozca como «grilla»: un ruido blanco, monótono y homogéneo.


Lo interesante es que los mismos protestantes reconocen esta condición. Saben muy bien que las personas en poder no les atribuyen razón plena, y por lo tanto pasan desapercibidas las demandas de sus discursos. Si bien reconocen que ontológicamente son iguales a las personas con hexis, admiten que su posición social impide que sus razonamientos sean tomados en serio. De esta manera, los mismos protestantes se identifican como grilla y abandonan las pretensiones de ser entendidos racionalmente por la clase política: no existen siquiera las bases para tener un diálogo.


Gracias a que el terreno de la razón no les es lícito a aquellos con esthesis, la estrategia de las protestas concentra sus fuerzas en otro lado. En vez de querer fabricar el discurso lógicamente más sólido, se empeñan en subir el volúmen del ruido que provocan. Las protestas son fundamentalmente una cuestión de intensidad. Entre más ruido, alboroto y atención capte una protesta, más éxito tendrá. Lo importante de las consignas, en última instancia, es que puedan ser gritadas al unísono con fuerza, no que presenten un cuerpo argumentativo infalible. 


Ahora bien, debido a lo anterior sucede que los propios protestantes llegan a hacer caso omiso de los discursos que se pronuncian en las manifestaciones. Puesto que lo importante es subir la intensidad de la protesta, el contenido propiamente discursivo llega a pasar a un segundo plano. De esa manera, persiste una suerte de apatía, o bien, tolerancia hacia las distintas posturas que pueden radicar en una misma movilización. 


Lo anterior es un arma de doble filo: por un lado, puede generar un espacio genuinamente plural y demócratico; por el otro lado, bien puede incentivar discursos controversiales. En efecto, debido a esta poca atención que se le da a las voces internas de la protesta, las manifestaciones se pueden tornar en un caldo fértil para el desarrollo de ideas que se oponen a los ideales que inspiraron a la protesta en primer lugar. De igual forma, existe incluso la posibilidad de que emerjan sentimientos y discursos de odio que predican abiertamente violencia a otros grupos. Las dinámicas y procesos que culminan en esta completa antagonización del otro son diversas, pero entre ellas, la «monstrificación» destaca con fuerza debido a su fuerza conceptual y relativa frecuencia. 


El monstruo 

El monstruo debajo de la protesta
Imágenes por Fernanda Muraira

La retórica de la monstruosidad aparece de manera recurrente en espacios diversos, desde el cine y la ficción hasta la nota roja. No es poco común recibir noticias que enmarquen hechos de la política actual a través del lente de lo monstruoso. Durante la última década han aparecido personajes como el Monstruo de Ecatepec, el Monstruo de Atizapán, y más recientemente el Monstruo de Iztacalco, todos representantes de un contexto amplio de violencia en México. También es frecuente leer comentarios que se refieran a ciertas tendencias sociales o políticas como monstruos. Por ejemplo, después de la victoria de Claudia Sheinbaum, Inocencio Yáñez Vicencio describió al populismo como “el monstruo que engendramos” (2024). 


Lo interesante es que parece haber una lógica compartida que subyace a esta forma de retratar sucesos en apariencia disímiles. ¿Cómo describir esa lógica? ¿Por qué hay tal presencia de los monstruos? ¿Qué funciones cumplen y qué efectos tienen? ¿Qué ocurre en el contexto de las protestas? 


Aunque no es un concepto fácil de enmarcar de forma única, el atributo más común al definir lo monstruoso es la transgresión. Es decir, es una categoría que resulta de una estructura de pensamiento que permite marcar límites y expulsar todo aquello que no se adapte a ellos. En general, sus usos reflejan una necesidad de purificar; de ver cómo las cosas se desploman o se salen de su sitio, para luego reafirmar una sensación de orden (Oswald, 2016; Calafell, 2016). 


En este sentido, el concepto cumple una doble función: los monstruos transgreden los límites impuestos por una sociedad, pero, en esa misma acción, los confirman. Desde una perspectiva filosófica, podríamos decir que es una categoría que produce ontologías al reafirmar cierta naturaleza de las cosas, con lo cual aquello que no encaja queda desterrado. Más aún, lo que se inserta en la categoría de lo monstruoso adquiere la ontología de ser combatido, aniquilado o exorcizado. 


En el contexto de las protestas, pareciera que la necesidad de subir el volumen de pronto conduce a un vuelco a estas lógicas de lo monstruoso. Por ejemplo, hemos notado una singular relación entre el feminismo mexicano y la figura de lo bestial. Tanto en las marchas como en ciertas representaciones mediáticas más amplias (¡verga violadora, a la licuadora!), el feminismo en México de algún modo reproduce una imagen de los hombres violentos como monstruosos, por lo que no es casual que sigamos utilizando el concepto de “depredadores sexuales”. Persiste un lenguaje que tiende a visualizar al machismo como una suerte de monstruo moral o incluso ideológico. 


Viridiana Montiel, una ilustradora de la CDMX, tiene una colección de obras llamada Los monstruos del patriarcado, donde retrata diferentes tipos de hombres machistas utilizando personajes de historias clásicas de terror y horror. Tiene toda una mitología de criaturas patriarcales: el Esposogro, el Draculero, el Macho manos de tijeras, el Frankenslighter, el Onvre lobo, el Ciclopendejo, el Porno-Gollum y el ZOMBIen-exageradas (s,f). A pesar de sus objetivos pedagógicos y humorísticos, es posible preguntarnos si los efectos de este modo de narrar son verdaderamente contestatarios. ¿Es suficiente con que la intención sea crítica?


La lógica de lo monstruoso, como dijimos, incluye el riesgo de la abyección. A los monstruos no se les escucha, más bien se les destierra o se les combate. En el caso del feminismo en México, el retrato del machismo como monstruoso revela un impulso esencialista (quizá inconsciente): la masculinidad se monstrifica, se destierra y se combate; y en eso hay un gesto purificador que permite reafirmar los límites alrededor de lo femenino, o al menos de aquello que se percibe como femenino. ¿Podría esto explicar el aumento de la transfobia en espacios de protesta feministas? 


Lo que ocurre con el feminismo mexicano y su relación con lo bestial es representativo de otros empleos del concepto de lo monstruoso, tanto en el cine como en otros espacios: a veces es difícil distinguir los usos críticos de los reaccionarios. Con esto, quisiéramos proponer un diagnóstico: dado que los monstruos establecen límites, el uso del concepto revela un marco evaluativo previo que casi siempre impulsa la conservación de esos límites. Aún cuando el uso sea explícitamente crítico e intente desestabilizarlos, cabe la posibilidad de que, al lanzarlo al mundo, haga justamente lo contrario.


Ahora bien, ¿por qué esta lógica de lo monstruoso emerge tanto de las estructuras hegemónicas como de los movimientos que resisten a ellas? ¿Qué ocurre cuando la retórica del monstruo se dirige hacia un grupo dominante? ¿Tiene los mismos efectos que cuando sucede a la inversa? Se entiende que, de un lado, el uso viene de una necesidad de exigir escucha; del otro, de una compulsión de silenciar. Pero, como hemos visto, a veces la intención de algo se difumina entre sus consecuencias. Cuando el lenguaje de lo monstruoso prolifera debajo de la protesta, se hace imperioso revisar qué abyecciones se podrían engendrar en su interior. 


Las protestas anti-Israel en los campus universitarios de Estados Unidos y otros lugares del mundo (ahora incluido México) son un ejemplo reciente. Aclarando que esto no es una discusión sobre la legitimidad de dichas protestas, hemos notado que allí también ha surgido una tendencia hacia la lógica del monstruo. Más allá de las consignas controversiales, pareciera que estas protestas han adoptado una imagen del sionismo (y hasta cierto punto del judaísmo) como un “monolito” monstruoso (Hey Alma Staff, 2024). Incluso se describe como un cáncer o una enfermedad. Y esto invita a una metáfora autoinmune: si estamos ante algo potencialmente infeccioso, debemos evitar que se propague, se contagie o se infiltre donde no debería. Esto produce efectos muy similares al caso del feminismo en México: si hay algo que expulsar o desterrar, se reafirman límites y se producen abyectos que es preciso exorcizar. 


El problema con el lenguaje de lo monstruoso, en específico dentro de los movimientos de resistencia, es que a veces reproduce los marcos evaluativos ante los que pretende resistir. Al retratar a la masculinidad como monstruosa, se reifica un orden de lo femenino y lo masculino que vuelve a resultar opresivo (Oswald, 2016). Al retratar al sionismo como monstruoso, se inhibe toda posibilidad de diálogo. Y quizá podríamos preguntar si el diálogo es el objetivo en alguno de estos dos casos. Tal vez no lo es. Pero es preciso cuestionar, en cada caso, a quién se monstrifica y por qué, y qué efectos podría tener, incluso para los propios reclamos del movimiento. 


Quizá la lógica del monstruo está atravesada por una reflexión más amplia sobre la violencia, los modos en los que se retrata, se describe y se narra; y también sobre las posibilidades de resistencia y denuncia que tenemos disponibles frente a ella. En México los cuerpos desaparecen; en Gaza se bombardean; en Israel ingresan a una lógica militarista que incluye no solo la muerte, sino la necesidad de matar. ¿Cómo pensamos estas formas de violencia más allá de la figura del monstruo? ¿Qué podemos hacer para construir y habitar un lenguaje que no se reduzca a marcar límites y generar abyectos? 


Pareciera que seguimos utilizando el concepto de monstruosidad para reforzar un vocabulario ya agotado de lo normal y lo patológico. Debemos empezar a trasladar esos usos: la cuestión del monstruo puede ser una vía para generar nuevas ontologías capaces de encargarse de la complejidad, partiendo de que quizá todo devenir humano es, en el fondo, un devenir monstruoso.


El monstruo debajo de la protesta

¿Qué ocurre cuando las protestas como estrategia de disidencia perpetúan las lógicas de lo monstruoso? La relación entre los grupos con hexis y aquellos con esthesis es dialéctica. Esto quiere decir que no son dominios fijos ni cerrados sobre sí mismos, sino que constantemente se transforman y se determinan mutuamente. Así, cuando un proceso de protesta es “exitoso”, es posible un salto de la esthesis a la hexis, otorgando legitimidad al movimiento en cuestión. El ruido se convierte en palabra. Para quién y de qué modo dependerá de cada instancia particular; lo importante es que las protestas tienen el potencial de hacer que nuevas sensibilidades y nuevas formas de imaginación corran por canales donde antes no fluían. 


Si consideramos este proceso, es fácil identificar el riesgo de la retórica de lo monstruoso en espacios de resistencia. Dada esta dialéctica de la hexis y la esthesis, aquellas abyecciones que se generan al interior de las protestas pueden volverse legítimas y extenderse a otros ámbitos de lo político. Tal parece que intentar desestabilizar una estructura no es suficiente; siempre se corre el peligro de terminar reafirmando los límites y jerarquías que precisamente se quieren desafiar. 


La apuesta de este artículo es una invitación a habitar la paradoja. Las protestas muchas veces incluyen la tentación de, a través de una lógica del monstruo, trazar distinciones tajantes entre «ellos» y «nosotros», el «amigo» y el «enemigo». Sin embargo, lo político rara vez se puede entender en esos términos. Es preciso escucharnos y escuchar las palabras de los demás en lugar de subir el volumen del ruido ciegamente. 



 

Bibliografía 

—De Mauleón, H. (12 de noviembre de 2019). El Monstruo de Ecatepec: una historia para temblar. El Universal. 

—Calafell, B. M. (2016). Monstrosity, Performance, and Race in Contemporary Culture. New York: Peter Lang Inc., International Academic Publishers.

—Drullard, M. (7 de marzo de 2023). 8M: un lugar no seguro para noso–trans. La experiencia de una mujer trans negra sobre las marchas feministas. Volcánicas. Recuperado el 7 de junio de 2024. https://volcanicas.com/8m-un-lugar-no-seguro-para-noso-trans-una-experiencia-de-una-mujer-trans-negra-sobre-las-marchas-feministas/   

—Hey Alma Staff (9 de mayo de 2024). What Does It Feel Like To Be Jewish on Campus Right Now? Hey Alma. Recuperado el 7 de junio de 2024. https://www.heyalma.com/what-does-it-feel-like-to-be-jewish-on-campus-right-now/?utm_medium=social&utm_source=Alma_Instagram&utm_campaign=linkinbio&utm_content=later-42909854 

—Rancière, J. (1996). El desacuerdo: política y filosofía. Nueva Visión.

—Oswald, D. (2016). Monstrous Gender: Geographies of Ambiguity. En Mittman, A. S., y Dendle, P. (Taylor and Francis). The Ashgate research companion to monsters and the monstrous (pp. 343-364). 

—Vázquez, M. (25 de junio de 2022). ¿Quién fue el “Monstruo de Atizapán”, de la Serie documental ‘Caníbal, Indignación Total’ de la SCJN? Quinto Poder. Recuperado el 7 de junio de 2024. https://quinto-poder.mx/tendencias/2022/6/25/quien-fue-el-monstruo-de-atizapan-de-la-serie-documental-canibal-indignacion-total-de-la-scjn-13186.html

—Vargas, A. (2 de mayo de 2024). “El monstruo de Iztacalco” y retos frente a otras violencias. Expansión Política. Recuperado el 7 de junio de 2024. https://politica.expansion.mx/voces/2024/05/02/columnainvitada-el-monstruo-de-iztacalco-y-retos-frente-a-otras-violencias 

—Viridiana Montiel [@vi_rito]. (s,f.). Publicaciones [Perfil de Instagram]. Instagram. Recuperado el 7 de junio de 2024. https://www.instagram.com/vi_rito/ 



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