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Filosofía para todos: Reseña sobre "Por qué no existe el mundo" de Markus Gabriel

Diego Lovera


Por qué no existe el mundo
Imágenes por Fernanda Muraira

Resulta que el mundo no existe. Esta es la descabellada tesis que Markus Gabriel sostiene en el libro Por qué no existe el mundo. Pero yo podría jurar que si por mundo entendemos a la totalidad, aquello que lo abarca todo, enuncio una verdad cuando digo: «mientras escribo esto estoy en mi habitación, mi habitación está en la ciudad, la ciudad en México, México en el planeta y el planeta en el universo; no hay nada más allá del universo, el universo es la totalidad. Si a la totalidad la llamamos mundo, eso significa que el universo es lo mismo que el mundo y, como el universo existe, el mundo también.» ¿O me equivoco?. 


Que el mundo no exista es una idea extraña, pero con ello Gabriel no quiere decir que la realidad en la que vivimos sea toda un invento, una ilusión o un engaño; más bien, eso es exactamente lo que junto con otros autores como Maurizio Ferraris, relacionados con la corriente filosófica denominada Nuevo Realismo, quiere negar: que la realidad sea toda una construcción. 

Bajo el nombre de Constructivismo, Gabriel reúne a las ideas filosóficas que suponen que cosas como la verdad o la realidad son producto de construcciones humanas, que suceden, por ejemplo, a partir de relaciones de poder o de la actividad de nuestra mente. Las posturas constructivistas, en palabras de Gabriel, piensan solo en el mundo de los espectadores: el mundo creado por ellos. También está en contra de las posturas que piensan solo en el mundo sin espectadores (Gabriel, 2016, p.18-19). Él supone, más bien, que hay muchas realidades y que entre ellas están tanto las realidades de los espectadores, como realidades independientes de ellos. Supone también que podemos conocer a las realidades en sí mismas, esto significa, no como una construcción humana sino como un hecho en sí. 


En contra de estas posturas, Gabriel presenta en este texto el intento de una nueva filosofía y, siguiendo el ejemplo de Descartes ––quien dijo que por lo menos una vez en la vida una persona debería poner en duda todo lo que conoce––se pregunta una vez más la pregunta filosófica por excelencia: ¿qué es el todo?. La pregunta no es menor: se trata de la pregunta que, como corolario de su respuesta, responde muchas otras preguntas, por ejemplo: la pregunta por el sentido de la vida. 


La problemática del texto comienza con un lenguaje simple y claro, tras cuestionar una de las creencias más extensamente difundidas y arraigadas: que hay tal cosa como un mundo que contiene y abarca todo. Esto no significa que las cosas no existan, al contrario, Gabriel afirma que todo existe, «La única excepción es, de nuevo, el mundo» (p.26). Partiendo de ahí, los primeros tres capítulos: 1) ¿Qué es en realidad eso del mundo?; 2) ¿Qué es la existencia?; y 3) Por qué no existe el mundo ––de un total de siete–– los dedica a la preparación y demostración de la tesis. Sus objetivos son, como sus títulos lo anticipan, dar las definiciones de dos conceptos clave en su demostración y de hecho demostrar por qué no puede existir el mundo. 


El primer capítulo puede resumirse de la siguiente manera: el mundo es el ámbito de todos los ámbitos de objetos. Un ámbito de objetos es «[...]un entorno que incluye cierto tipo de objetos en el que existen reglas que mantienen unidos a dichos objetos» (p.36). Por ejemplo, existe el ámbito de objetos del universo, al cual pertenecen los objetos deducibles por vía experimental propios de la ciencia natural. Este ámbito de objetos contiene, entre otras cosas, galaxias, planetas y átomos, pero por su definición y características no podría contener pensamientos o números, los cuales pertenecen, a su vez, a otros ámbitos. 


Lo anterior significa  que la realidad está dividida en ámbitos de objetos y, si el mundo existiera, este debería ser el ámbito de objetos que reúna, bajo ciertas reglas, a todos los demás ámbitos de objetos. Con ello queda demostrado que mi reflexión inicial, en la que supuse que todo estaba dentro del universo y que el universo, por ser la totalidad de las cosas, era lo mismo que el mundo, era una reflexión errónea, pues el universo, aunque existe, no contiene, por ejemplo, números o pensamientos y por ello es más pequeño que el mundo ––si es que existe–– y un solo ámbito de objetos entre otros.


En el segundo capítulo Gabriel se propone definir qué significa existir e introduce el concepto principal de su nueva filosofía: los campos de sentido. «[...]Los campos de sentido son las unidades ontológicas básicas»(p.67), esto significa según sus definiciones, las unidades básicas de la existencia. Que algo exista, para Gabriel, significa que aparece en algún lugar; cualquier lugar en el que aparece un objeto es llamado un campo de sentido. Así, por ejemplo, si suponemos que hay una ardilla y que la observamos el lector y yo, los campos de sentido en cuestión serían, entre otros, el campo de sentido de la perspectiva de la ardilla ––en este aparecemos el lector y yo desde la perspectiva de la ardilla––, el campo de sentido de mi perspectiva ––aquí aparece la ardilla desde mi perspectiva––, el de la perspectiva del lector ––aquí aparece la ardilla desde su perspectiva–– y el campo de sentido en el que los tres aparecemos independientemente de las perspectivas. Cada uno de los objetos en este ejemplo existe por aparecer en alguno de los campos de sentido en cuestión y existe de todas las diferentes maneras en las que aparece.


El concepto de campos de sentido puede oscurecerse porque al iniciar el tercer capítulo, Gabriel redefine al mundo como «el campo de sentido de todos los campos de sentido; el campo de sentido en el que aparecen todos los demás campos de sentido» (p.92). Esto puede dar lugar a pensar que los ámbitos de objetos y los campos de sentido son lo mismo, porque el mundo también ha sido definido como el ámbito de todos los ámbitos de objetos. Pueden distinguirse, entre otras razones, porque el concepto de campo de sentido, a diferencia del de ámbito de objetos, es más amplio. Este incluye las formas específicas en las que aparecen los objetos y, por supuesto, los ámbitos de objetos, para existir, deben aparecer a su vez en campos de sentido. El concepto de los campos engloba al de los ámbitos y lo rebasa, pues no solo trata de las distintas clases de objetos, sino de todas sus formas de aparición y ordenamiento. 


Con estas aclaraciones y con la nueva definición de mundo como campo de sentido de todos los campos de sentido, podemos explorar algunos de los varios argumentos a favor de la inexistencia del mundo. Sabemos que existir es aparecer en un campo de sentido y sabemos también que el mundo, si existe, es el campo de sentido que contiene a todos los campos de sentido. Si ponemos atención a estas definiciones podemos percatarnos de muchas situaciones absurdas de las que Gabriel da cuenta, por ejemplo, las siguientes dos:


  1. Si existir es aparecer en un campo de sentido y el mundo es el último campo de sentido que contiene a todos los demás, el mundo no aparece entonces en ningún campo de sentido, luego, no existe. 

  2. Si el mundo existe, aparece en un campo de sentido y dentro de él aparecen todos los campos de sentido. Por lo tanto el campo de sentido en el que aparece el mundo está al mismo tiempo adentro y afuera de él: afuera del mundo para que exista el mundo dentro de él, y dentro del mundo porque dentro del mundo existen todos los campos de sentido. Esto es absurdo. Un campo de sentido, como cualquier objeto, no puede estar dentro y fuera de un lugar al mismo tiempo. Así, el mundo no puede existir, de lo contrario, estos absurdos tendrían que ser verdaderos. 

Por qué no existe el mundo
Imágenes por Fernanda Muraira

La opción que queda es la siguiente: si el mundo no existe, pero todo lo demás sí, quiere decir que todas las cosas aparecen en campos de sentido y estos deben aparecer a su vez en otros campos, que también aparezcan en otros y esto hasta el infinito. Así se evitan las situaciones absurdas que surgen al suponer un campo de sentido que contenga a todos los demás y se muestra que, más bien, la realidad está compuesta por una infinidad de campos de sentido dentro de otros, dentro de otros. Esto supone un problema para la metafísica que, según la definición de Gabriel, es la disciplina filosófica que intenta desarrollar una teoría del todo, puesto que, para Gabriel, literalmente no hay un todo. Por otro lado, lo que Gabriel ha realizado en estos capítulos es, bajo sus conceptos, una ontología. Esta  suele entenderse como la teoría de los entes pero Gabriel la entiende como el análisis del significado de la existencia. 


Tras esto uno puede preguntarse de qué tratan los siguientes capítulos si en los primeros tres ya se demostró la inexistencia del mundo. Yo diría que, una vez demostrada la inexistencia del mundo con lo explicado en los primeros capítulos, la filosofía de Gabriel apenas comienza. En general, del capítulo cuarto al séptimo lo que consigue es observar los fenómenos de la realidad a partir de la conclusión de que no existe el mundo y de todo lo que eso implica.  Se tratan varios temas de importancia a la luz de las conclusiones iniciales, entre los que están la imagen científica del mundo, el sentido de la religión y también el sentido de la vida. 


Hablaré de algunas partes de los capítulos cuatro y cinco, con la intención de mostrar, muy brevemente mediante dos ejemplos, lo que significa ver los fenómenos de la realidad a partir de la idea de que no existe el mundo. En el cuarto capítulo, sobre la imagen científica del mundo, Gabriel, por las conclusiones de los primeros tres capítulos, se separa de posturas como el Naturalismo, que argumentan que hay solo un ámbito de objetos, este es, el universo. Sabemos que para Gabriel, el universo es solo un ámbito de objetos entre otros, por lo que una postura que considera que hay una única capa de la realidad, debe ser considerada por él como absurda. Cuando la ciencia natural, como es la física, confunde un ámbito de objetos por la totalidad y supone que a partir de responder a la pregunta por el universo, se responde a la pregunta por la realidad entera, comete un grave error, pues ignora cuántas cosas que existen no son estudiadas por ella. De esta manera la postura de Gabriel plantea un límite a las pretensiones de la ciencia natural y señala su error.


En el capítulo quinto, sobre el sentido de la religión, Gabriel se enfrenta por primera vez al problema del sentido de la vida y trata también la existencia de Dios, y la idea de infinito. Además habla de cómo con la imagen científica del mundo del cuarto capítulo a la ciencia se la ha fetichizado, esto es, se le han proyectado fuerzas sobrenaturales. Lo que quiere decir con esto es que se ha pensado en el universo como una capa especial de la realidad y se ha pensado en la ciencia como aquello que puede responder todas nuestras preguntas y solucionar todos nuestros problemas, incluso los sociales. 


Sobre esto Gabriel se apoya del Sociólogo Max Webber y señala que está fetichización de la ciencia a provocado lo que Webber llama «desencanto del mundo», pues al reducir al mundo a lo investigado por la ciencia se le quita el sentido ––sustituyendo todo lo religioso por lo científico, a esto se le llama secularización–– y, por si fuera poco, se nos arrebata la decisión sobre cómo vivir nuestra vida, pues le dejamos esta decisión a lo científico y calculable. 

Con lo resumido hasta aquí, el texto puede parecer pesado pero, a pesar de su complejidad teórica, consigue ejemplificar y explicar con claridad y contemporaneidad. Con ello garantiza que el contenido filosófico se entienda muy bien y provoca que uno se identifique con la lectura, pues los objetos de los ejemplos son objetos bien conocidos por la mayoría de los lectores, como pueden ser una Coca Cola y una Pepsi, o bien, consisten en innumerables referencias a libros, series y películas populares ––entre otras cosas––. 


Por si fuera poco, Gabriel se propuso que el libro pudiera ser leído sin prerrequisitos y lo consiguió: cualquiera, sin importar si se trata de un filósofo de formación, un aficionado o un curioso puede entender las propuestas filosóficas del libro si pone la suficiente atención. Todo el vocabulario filosófico está definido en los párrafos del libro y, si el lector por alguna razón olvidara un término, al final hay un glosario con cada uno de los conceptos necesarios para comprender la lectura. 


La cercanía con el lector, la claridad y sobre todo, el cuidado por definir todos los conceptos importantes para entender el libro le dan una extrema importancia para la divulgación filosófica. De hecho, supera a toda otra obra de divulgación porque no se trata de una mera explicación de lo que es la filosofía, sino que es la realización de una nueva filosofía en un texto accesible al público en general. Es una filosofía para todos. 


Para la academia filosófica y los filósofos en general es importante porque se trata de una construcción de filosofía seria que puede generar discusiones en la disciplina, especialmente alrededor de la metafísica y la ontología. Además, como permite observar fenómenos de la realidad en general y juzgarlos desde sus conclusiones, se vuelve importante para otras ramas de la filosofía e incluso para otras áreas de conocimiento, como se muestra en los ejemplos sobre la imagen científica del mundo y la secularización de la religión. Esto lo hace una lectura importante para los filósofos, quienes podrían modificar sus comprensiones filosóficas si son convencidos por los argumentos de Gabriel y también puede hacerla interesante y quizá un punto de quiebre para académicos de otras disciplinas.


Más allá de sus funciones como una obra que hace divulgación filosófica muy especial, o de lo importante de sus argumentos filosóficos, se trata de una lectura muy entretenida y además retadora, tanto en un sentido intelectual como en uno personal, pues desde el principio se presentan ideas que ponen en duda las convicciones personales, tales como aquella de que existe el mundo, o de que el universo es lo más grande que hay, entre muchas otras. Por qué no existe el mundo es un libro que merece ser leído por cualquiera que tenga un interés por la filosofía ––ya sea profesional o no–– y también por quien gusta de una lectura estimulante que quizá cambie la forma en la que ve su realidad. Por esto y por todo lo que compone la obra, me parece que Gabriel consigue su objetivo de realizar una nueva filosofía que, como dije, tiene relevancia  desde la divulgación hasta la academia filosófica y seguramente encuentre lugar en todos los puntos intermedios




Referencias

Gabriel, M. (2016). Por qué no existe el mundo. Editorial Oceano.


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