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La trampa metafísica

Cassandra Arellano


Mi mente empieza a vibrar, de tanto pensar ya no hay nada claro en mi soledad

-Mecano


Brendan Monroe
Imágenes por Brendan Monroe


Estoy sola en mi cuarto y de repente mi realidad colapsa por completo. Todas las cosas pierden su contorno. Puedo percibirlas y cada uno de sus detalles, pero es esa atención la que termina por destruir cualquier rastro de claridad o coherencia. El estar aburrida se vuelve en un peligro, porque cuando una está aburrida se vuelve completamente consciente de su presente, de su ser en ese instante singular. El aburrimiento es el cebo que cuidadosamente te atrae y hace que caigas en una trampa, la trampa metafísica.


        Cuando eres consciente de tu presente, cuando puedes concentrarte en los detalles de todo aquello que te rodea es inevitable preguntarse cosas como: “¿Qué es esto?” “¿Cómo es esto?” ¿Por qué es esto?”. Estas preguntas nos llevan a adentrarnos dentro del mundo infrastructural de lo real, cuando nos preguntamos  estas cosas la realidad se nos presenta como una compleja maquinaria compuesta de distintas partes que conforman un complejo mecanismo.


Cuando nos lanzamos a comprender y analizar esta maquinaria, es común que nos dediquemos a desarmarla, a estudiar cada una de sus partes por separado; sin embargo, cuando hemos desmontado este mecanismo por completo, volverlo a armar se convierte en una tarea sumamente difícil. El camino entre el aburrimiento y el cuestionamiento de la realidad es corto, pero el camino entre el cuestionamiento de la realidad y el colapso de ésta es mucho más corto.


Durante mi tiempo caminando por los caminos de la filosofía me he dado cuenta que es difícil que cualquier indagación filosófica no termine en una reflexión de tintes metafísicos. Es lógico que cuando intentamos pensar en algo, cuando intentamos analizarlo, terminemos siempre por preguntarnos por su existencia y la manera en la que se define. Hoy mi relación con la filosofía está extremadamente deteriorada y me he dado cuenta que esto se debe (entre otras cosas) a estos múltiples intentos por sumergirme en las profundidades de la realidad y la existencia, de la poderosa dicotomía del ser y el no ser.


Desesperada, he intentado buscar maneras de huir de esta trampa metafísica, de este constante cuestionamiento por los fundamentos de mi mundo que termina por descomponer mi presente, que terminan por introducirme en una realidad fragmentada que simplemente no puedo comprender, porque he indagado demasiado profundo y me es imposible distinguir formas o contornos.


En el momento en el que mis ejercicios metafísicos amenazaban con desconectarme por completo de una realidad coherente y comprensible, me di cuenta que si me concentraba en lo que estaba sintiendo, en cómo reaccionaba mi cuerpo a estas desventuras filosóficas, entonces podía sostenerme de algo y no perderme por completo en las profundidades de una crisis metafísica.



Hablamos mucho de cómo se hace la filosofía, de cuales son las preguntas que debemos hacernos y qué métodos debemos usar para responderlas; sin embargo, me he dado cuenta que rara vez nos preguntamos por cómo nos sentimos al hacer filosofía. ¿Qué tipo de sentimientos habitan dentro de nosotrxs cuando hacemos indagaciones filosóficas? ¿Qué sensaciones atraviesan nuestros cuerpos cuando nos aventuramos a los lugares ocultos de la realidad? ¿Cómo se combina la experiencia filosófica con los estímulos de nuestro ambiente, con el aire que se adentra en nuestros pulmones, el ruido que nos rodea, los colores que se nos presentan?


No fue hasta que me pregunté estas cosas que me di cuenta de la verdadera razón por la que hacía filosofía, la razón por la que me atraía tanto el aburrimiento y todas las preguntas que venían con él. La trampa metafísica está llena de navajas y cuchillas, cuando caes en ella nada puede evitar que te descuartice, que te desgarre y te destruya. Nadie regresa de ella sin ninguna cicatriz, pero es en este proceso tan violento y destructivo que el cuestionamiento filosófico cobra sentido.


No estoy intentando decir que las preguntas y respuestas que vienen a nosotrxs durante el cuestionamiento metafísico no sean importantes. Al contrario, creo que estas son el quid de una experiencia única. Lo que estoy intentando decir es que hay algo más allá de estas preguntas y respuestas, hay una experiencia estética única al hacer filosofía. La manera en la que sentimos este desmantelamiento de la realidad tiene mucho que decirnos sobre nostrxs mismxs, la manera en la que percibimos y experienciamos la realidad, al igual que el mundo dentro del que vivimos.


Si tan solo nos concentramos en estas indagaciones metafísicas y perdemos completamente la noción de lo que estamos viviendo, la trampa metafísica no tardará en destruirnos por completo, en descomponernos y transformarnos en fragmentos de lo que alguna vez fuimos. Cada vez que me pierdo en el pensamiento filosófico siento cómo las preguntas que me hago, me arrastran a un vacío del que no puedo salir; pero cuando me doy cuenta de lo emocionada que me siento al hacer estas indagaciones, cuando siento el leve cosquilleo en las manos después de hacerme una pregunta, me doy cuenta que hay una manera de vivir dentro del vacío, hay una manera de transformarlo.


Estoy cansada de ver a las personas más brillantes que conozco perderse a sí mismas y desconfiar de sus experiencias a la hora de hacer filosofía. El pensamiento filosófico se hace, se produce, se crea; sin embargo, también se trata de algo que se vive, que se siente, que nos interpela y nos transforma.

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