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Manifiesto del periodista filosófico

Manifiesto del Periodista Filosófico
Imágenes por Fernanda Muraira

No es noticia nueva que el espacio se fractura: las placas tectónicas se divorcian, las naciones dibujan fronteras, y el tejido del universo vence para dar lugar a hoyos negros. 

Las rupturas duelen y dejan tras de sí el perfume de la nostalgia, el eco de una unidad perdida; sin embargo, el legado de las heridas no son todas lágrimas. Los vacíos también dan frutos. Gracias a los quiebres espaciales los volcanes rugen, los lenguajes se afirman y los astros se mueven.

Lo mismo sucede con el tiempo: la infinita línea temporal está compuesta de heridas, cicatrices que dan testimonio de que el cambio, también cambia. ¿Cómo se rompe el tiempo? Hay quienes se han levantado contra Cronos, y como si fuese una lápida han inscrito en su piel «Antes y Después». Ahora bien, no hagamos el error de juzgarlos de sádicos y homicidas, pues en muchos casos la inscripción fue escrita con su propia sangre. 

Tenemos que entender que el cosmos vive y que tiene hambre. En efecto, el universo también se alimenta, pero como totalidad que es, solo queda comerse a ella misma. La autofagia proporciona la energía que permite el salto del presente al futuro. Todo porvenir, todo lo existente, demandó un sacrificio. ¡Que nunca más vuelva a olvidarse: no hay vida sin muerte!

La filosofía tiene claro quién fue su mártir. Imposible traicionar el aliento que le dio inercia a sus latidos. —¡Sócrates! —exclama la tradición—. Antes de ti, tan solo un preludio, y después de ti, un largo homenaje a tu memoria—. Es esta la voluntad del filósofo: vivir por amor a la sabiduría, y estar dispuesto a perecer en su defensa. Corazón henchido, colegas, que es noble el espíritu que ha tomado posesión de nosotros. 

Todo pueblo tiene un mito que los une y al cual se remiten cuando los cielos de su identidad se opacan. El mito de nuestro pueblo ––pueblo de mil mundos, árboles, rizomas, claros y lenguas– es precisamente que frente a la pena máxima, sin titubear, nos escogimos a nosotros mismos. Vivir no es la colección indefinida de jadeos y suspiros, sino el amor a este impulso que nos comanda a seguir siendo.

«Una vida sin examen no merece la pena ser vivida» (Platón, Apología de Sócrates, 38a) . Hablaste por nosotros y por aquellos que están por venir, y dejaste en alto nuestra más íntima sospecha, la muerte de fondo, nuestro talón de Aquiles. Sin embargo, la vulnerabilidad solo es síntoma de debilidad para quién se avergüenza de su desnudez. Este es nuestro deseo, lo que somos, lo que afirmaste hasta el final: Sócrates, sabio entre sabios, sileno, maestro, aprendimos tu dialecto como un músico aprende los relieves de su instrumento y comenzamos a hablar con ese timbre tan particular que procura la curva de los signos de interrogación. 

¿Quién no quisiera reclamar ese lenguaje como propio? ¿Quién es capaz de resistir ante semejante tentación? Nos apropiamos de las preguntas y coronamos a nuestra disciplina como matriarca: Filosofía, madre de todas las ciencias, madre de todas las dudas. «Bienvenidos sean los sedientos. Solo recuerden pagar sus respetos.» Impuesto maldito, demanda amarga de una madre abandonada por sus hijos. 

No hay caso en negarlo: el mundo nos olvida. Nuestros signos de interrogación han echado raíces, madurado y florecido en frutos, pero el orgullo de haber sembrado los bosques del conocimiento está acompañado por melancolía. Soledad. 

El dolor es un áspero capullo que nos exige cambiar. En nuestro caso, mudamos de piel por una mucho más frágil: la piel de la soberbia que tan fácilmente sangra. Así, con esta armadura tan delicada, para protegernos de las amenazas exteriores, nos replegamos en nosotros mismos: en nuestras leyendas, ancestros, biblias, y –finalmente– en nuestro mito fundador. 

Sócrates, tu nombre es una Sequoia alta y salvaje, pero nosotros, el futuro, nos hemos empeñado en empequeñecerte. Torcimos tus ramas, podamos tu copa y limpiamos tu corteza. Un bello bonsái: comprensible, calculable, portátil. Te moldeamos según las necesidades de la Filosofía. Nos atrevimos a decir que te conocíamos. Dejamos de hacerte preguntas y nos quedamos satisfechos con la creencia de que eres nuestro espejo: γνωθι σεαυτόν y para aquellos que supuestamente resolvieron su propio laberinto dieron por concluído tu enigma. 

¿Qué es Sócrates? ¿Un método? ¿Un interlocutor? ¿Un hombre? ¿Un personaje? ¿Una máscara? ¿Dionisos? ¿Un vago? ¿Un mal padre? ¿Un mal marido? ¿Un amante? ¿Un tonto? ¿Un resentido? ¿Una abominación estética? ¿Un loco? ¿Un tábano? ¿Un suicida? ¿Un proyecto? ¿Una propuesta? ¿Un deseo? ¿Qué deseaste? 

La muerte es un huerto fértil para el cultivo de las fantasías, un terreno baldío en donde es lícito revelar nuestros anhelos del infinito. Dime quién serás después de la muerte y te diré quién eres en vida. Y en tu caso, Sócrates, has dejado claro para lo posteridad el talante de tu voluntad: 


Si, por otra parte, la muerte es como emigrar de aquí a otro lugar y es verdad, como se dice, que allí están todos los que han muerto, ¿qué bien habría mayor que este? [...] Yo estoy dispuesto a morir muchas veces si esto es verdad, y sería un entretenimiento maravilloso [...] Y lo más importante, pasar el tiempo examinando e investigando a los de allí, como ahora a los de aquí, para ver quién de ellos es sabio, y quien cree serlo y no lo es. ¿Cuánto se daría, jueces, por examinar al que llevó a Troya aquel gran ejército, o bien a Odiseo o a Sísifo o a otros infinitos hombres y mujeres que se podrían citar? Dialogar allí con ellos, estar en su compañía y examinarlos sería el colmo de la felicidad. (Platón, Apología de Sócrates, 40e-41c


Manifiesto del Periodista Filosófico
Imágenes por Fernanda Muraira

¿Qué es aquello que estarías dispuesto a hacer por toda la eternidad? La serpiente te mordió y su veneno disolvió todo lo inesencial en ti. ¿Quién es Sócrates? ¿Qué quedaría de ti? La picardía del curioso, la tenacidad del honesto, la valentía de quién desconoce la muerte, y el ánimo del aventurero que se dispone a encontrar los tesoros del mundo. En pocas palabras: un periodista. La evidencia es abundante: Ion, Lisis, Critón, Fedro, Menón… Los diálogos platónicos son vestigios arqueológicos de lo que bien pudieron ser las primeras entrevistas. En verdad, no hay mayor muestra de rigurosidad y compromiso periodístico que cuestionar a una polis en su totalidad. 

Es solo hasta ahora que entendemos que eras el corresponsal de una Tierra desconocida: la interioridad que se levanta hacia el cielo. Y atónito ante los paisajes de este territorio, pasaste largas noches petrificado sin poder convocar palabra alguna; sin embargo, dominaste tus pasiones y venciste la temible parálisis para reportarle al mundo el temible acontecimiento que dió luz a este continente: el cambio de conciencia que dividió a la realidad y que dió independencia y soberanía al pensamiento, la inauguración de una nueva contradicción: «Solo sé que no sé nada». 

El corazón marca el ritmo para hacer bailar a los muertos, pero tu noticia, Sócrates, fue tan pesada que venció las fuerzas de este músculo tan particular, y amenazó con poner fin a la vida ateniense. Bien se dice que lo primero que invoca el duelo es la negación, y con este dolor latente, se quiso exterminar al pregonero para censurar los males. La cicuta se bebe en un cáliz para ahogar las penas. 

Resulta muy claro ahora: el tribunal de Atenas no sólo condenó a un filósofo, sino que ante todo, buscó silenciar a un periodista. Desgraciadamente, la violencia no se contuvo en el pasado y a cada instante se ha renovado para reclamar el presente. La lápida del maestro fue la piedra angular con la que se edificó el amplio cementerio de los periodistas. La verdad juega a las escondidas y suele ocultarse bajo tierra. 

Admitámoslo: hay avaricia en el amor a la sabiduría. En cada empresa filosófica late un anhelo por conocerlo todo, explicarlo todo y congelar al cosmos con una serie de conjuros llamados “argumentos”. Teniendo en cuenta esta pasión desbordante, no ha de sorprender que nos apropiamos por entero de este mito; no obstante el monopolio que obtuvimos del relato sólo sirvió para limitar su potencia. La muerte de Sócrates fue más fértil de lo que se creyó en un inicio. El sacrificio de este hombre dio vida a dos disciplinas hermanas, ambas demandantes, inquisitivas y salvajes. 

Hemos desarrollado una suerte de apatía ante la idea de una familia universal. Poca sorpresa causa afirmar que el águila comparte sangre con el búho, y que el búho comparte sangre con el sapiens. Este abandono del asombro se identifica con el hartazgo de la vida, el fastidio por respirar, y el anhelo por los anocheceres. Quienes nos alegramos de existir y estamos sedientos por amaneceres, cuidamos de la sorpresa como si se tratara de yesca para alimentar el fuego. Pensar en los predecesores que nos heredaron los huesos para pelear contra la gravedad inspira el máximo grado de ovación. A ustedes, los asombrados y curiosos, les traigo su antepasado. 

Manifiesto del Periodista Filosófico
Imágenes por Fernanda Muraira

La filosofía y el periodismo son animales espirituales que encuentran su origen en un mismo ancestro: dos manos lanzadas al mundo en un mutuo saludo, pero su destino nunca fue permanecer juntas. Eventualmente el abrazo de bienvenida se tornó en un «adiós» y ambos alientos se vieron en la necesidad de hallar voz propia. La filosofía tomó energía de la noticia que sacudió a Sócrates e hizo de la soberanía del pensamiento su pulso vital. Como consecuencia, irguió la mirada hacia los astros y Apolo le dio su bendición con una corona de oro. De esta manera, el amor al saber devino girasol. 

Mientras tanto, el periodismo se nutrió del imperativo de comunicar e interrogar al acontecimiento mismo. Como consecuencia dirigió su vista hacia el amplio horizonte del presente y se dispuso a navegarlo para hallar tanto problemas, como respuestas. La Tierra es un espacio inconmensurable, y Hermes ––dios mensajero, patrono de los que desafían las fronteras–– bendijo al periodismo con alas para explorar al Mundo. Así, devino abeja. 

La Historia se extiende ante nosotros como una densa jungla que amenaza con perder irremediablemente a todo temerario que se atreva ingresar en ella. El olvido acecha entre la maleza y bien se dice entre los árboles que nadie recuerda cómo llegó a parar ahí. Sin embargo, hoy, en la sublimidad de estos enormes campos sucede un milagro: un rayo de luz dorado refulge para ser captado por las alas de un insecto que vuela en lo lejano. Tras milenios y siglos separados, finalmente, la abeja y el girasol, en la danza de fecundidad, se han reencontrado. «Periodismo filosófico», nosotros los testigos te afirmamos. 

Ahora bien, no caigamos en el error de creer que aquí se ha dado un híbrido extraño, de aquellos que la naturaleza en esperanza y tragedia tantas veces ha conjurado. Si algo representa esta alianza es el resurgimiento de un anhelo que por desdicha e impaciencia tantas veces se ha negado. La posibilidad de un Absoluto todavía persiste en el néctar de este encuentro: el reconocimiento de la particularidad que desprende el tiempo, en la universalidad que sostiene el espacio. 

El cielo bautiza al suelo y en su caída se oye el estruendo del agua caer como aplausos. El polvo se levanta y limpia el aire con el perfume de tierra fertilizada. ¿Qué crecerá de la piel de estos campos? ¿Quién tiene el oído lo suficientemente entrenado para escuchar el doble legado de las preguntas que anuncia? El que se levante sin duda lo hace cargando el peso histórico, y para ello ha de estar a la altura de su momento; sin embargo, servir al «aquí» y al «ahora» no es resignarse a ser un punto infinitamente pequeño. 

Es cierto que la vida se acelera como si se tratara de un tornado que expulsa el propio viento que lo ha alimentado. Ser periodista para un filósofo no es, por lo tanto, ser un cazador que persigue acontecimientos para satisfacer el deseo de una bestia insaciable. Se trata, más bien, de atestiguar el presente para paralizarlo. Hacer del magma que fluye no un carbón para ser inmediatamente quemado, sino someterlo a presión para que se haga un diamante en cuyo interior se refleje la luz en un espectáculo de ángulos. 

Así, frente a la explosión de un volcán que irrumpe en la atmósfera para reventar los tímpanos de los espectadores, no es nuestro trabajo ser un lente de cámara que inmortaliza el evento para ser recordado. En nosotros vislumbra, por el contrario, la astucia del artista que en medio de la conmoción se percata de un grito y decide retratarlo con pinceladas de naranja incendiado. De esta manera, reportamos el presente como un regalo para que cautive a la conciencia y frente a las fuerzas que urgen un silencio, se pueda seguir pensando. 



Edvard Munch
(Munch, 2017)

KRAKATOA 

Ciudad de México, 25/03/2024






Referencias

Munch, E. (2017). El grito [Imagen digital]. HA! https://historia-arte.com/obras/el-grito

Platón. (2016). Platón I: Apología de Sócrates, Critón, Eutifrón, Hipias Menor, Hipias Mayor, Ion, Lisis, Cármides, Laques y Protágoras (J. Calonge Ruiz, E. Lledó Íñigo, C. García Gual, E. Acosta Méndez, F. J. Olivieri, J. L. Calvo, & M. Martínez Hernández, Trans.). Gredos.


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