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Una oda a la redundancia

Ophelia Cámara


A veces despierto cubierta de sudor después de soñar que soy Narciso en el momento de su muerte, ahogándome en el reflejo de lo único que alguna vez pude haber amado, a mí mismo. Hay otras noches que me despierto temblando porque soñé que soy Eco mientras mi cuerpo se desvanece, mientras lo único que permanece en mí es la voz que rebota en las paredes.

Sé que estos dos sueños ocurren en un mismo espacio y tiempo, que en esta versión de la historia yo soy Narciso, pero también soy Eco. Dos que son uno, uno que son dos. Siendo ambos vivo la historia de un deseo paralelo, que como ellos me pierdo en la redundancia, dejo que me consuma.

La redundancia, el repetir, un otro de lo que ya está ahí. No necesariamente un doble, porque en el repetir se distorsiona y se invierte, se diferencia. El reflejo y el eco son redundantes, son el rebotar de lo mismo, la confrontación de unx consigo mismx. La redundancia es el salir involuntario de unx mismx.

El crimen de Narciso: enamorarse de su propio reflejo. El crimen de Eco (mucho menos claro): enamorarse perdidamente de un reflejo no suyo. El castigo de Narciso: ahogarse en su propio amor, deseo y fijación. El castigo de Eco: el eterno rebotar en las paredes, el constante repetir de la voz que no es la suya.

Para mí siempre ha sido clara la historia de estos dos, una historia para despreciar el reflejo, el repetir, la redundancia. Y así han quedado las cosas, durante miles de años, con odio al repetir, con disgusto a ver por fuera lo que se expresa por dentro, con desagrado frente aquello que somos nosotrxs puestxs en otro espacio.

Cada día llego a casa y me tomo fotos semi desnuda en el espejo. No importa si esté cansada, triste, caliente, feliz o enojada. Siempre lo hago, porque siento cómo Narciso posee mi cuerpo, cómo toma control y una vez más se enamora de su (mi) cuerpo.

Y es que hay algo inigualablemente bello en el reflejo, en el repetir ilusorio de unx. Cuando me miro en el espejo puedo ver mi cuerpo tal y como es, aunque también esté invertido. Puedo sentir el moverse de mi existencia, desde mi interior y desde el frío espacio del espejo.

¿Cómo no iba a enamorarse Narciso de su reflejo, del ente que era bello, que era imagen de la materia.., que era afecto? El repetir de unx mismx en el rebote de la luz es la manera en la que el mundo nos revela a nosotrxs mismxs como otrxs. La redundancia de dos yoes permite armonizar con nuestra existencia de una nueva manera, a aprender y desaprender de unx mismx.



Cuando ya no estoy mirando el espejo, borro las fotos y me hundo en mi almohada, perdiendo poco a poco mi cuerpo, quedándome tan solo con la voz. Pero sé que no se trata de mi voz, sino de la voz de otrxs que rebota en mi garganta. Me adentro en las cavernas de mi no presencia y me dejo no existir, aunque solo sea un ratito. Si existo solo es como un sonido redundante, si existo es porque existo como Eco.

El eco es un pasado que se arrastra en el presente, el reflejo de un movimiento, de un aliento. El eco acecha a unx como lo hace un fantasma. Es una herida que se cierra rápido, un recuerdo parcial. El eco es simplemente quedarse con los pedacitos de un final. A nadie le gusta que el mundo lxs imite, pero solo así nos escuchamos y solo así escuchamos a los que se quedaron sin cuerpo, sin voz. El eco es la redundancia de hablar, la redundancia de exhalar, la redundancia de externar aquello que ya se había dicho en lo más recóndito de nuestro sentir.

A veces despierto cubierta de sudor porque he soñado que soy Eco, que en mi voz están todas las voces que se han adentrado en mi conciencia, en mi caverna. Intento incorporarme en la cama, pero me cuesta un poco, porque dejé de existir durante un momento, porque solo repetí.

Hay otras noches que despierto temblando porque otra vez soñé que soy Narciso, que me enamoro de la manera en la cual la luz interactúa con mi cuerpo, que de mi cuerpo en descomposición florece una flor cuyos pétalos se reflejan los unos a los otros.

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